martes, 22 de mayo de 2007

La ventana de los viejos - Mercilio -


No se de dónde salió Mercilio, no se en qué ciudad nació, no se cómo conoció a la maravillosa Teresita. No se como logró llegar hasta donde está.
Se que todos los viernes se sienta en “El Bohemio” y pide dos platos de minisalchichas grasosas con arepa. Una para él, y la otra para el recuerdo de viejos amigos con los que comió alguna vez.

A través de la ventana, se ve un viejo chiquito muy moreno, de pelo y bigote muy blancos, que come solo mientras observa como se va cayendo del descuido uno de esos viejos edificios desocupados del centro, que alguna vez él ayudó a remodelar.

Nadie sabe que tipo de carrera es la que estudió. Solo se sabe que cuando se graduó desapareció, y desde entonces los únicos que se le miden al mismo negocio son los arquitectos. Algunos, la mayoría terminó siendo docente de alguna universidad después que la construcción dejó de ser negocio, para convertirse en problema.
Ese viejo que sabe tanto de Bogotá, que cuando pasa por la séptima con 116, no te habla de los potreros que antes había allí, propiedad del señor Pepe Sierra, sino te habla de los cimientos con que están construidas las columnas de la Hacienda Santa Bárbara que ahora domina el lugar. Y de todo lo que hay debajo de esta. Hasta de las “guacas” que se rumoraron existían en esta propiedad. De los caballos que corrían alegremente en el campo que hoy es el barrio “La Calleja” y de cómo Usaquén no era sino un pueblito a las afueras de Bogotá.
Mercilio arregló y desarregló mucho de la arquitectura de esta ciudad, se encontró dos veces remodelando una vieja casa que rompe con la circulación de la calle, ubicada en plena calle 60 con carrera 9. La primera vez hace 30 años, convirtiéndola en restaurante criollo, y la segunda hace apenas 5 años, convirtiéndola en bar para los universitarios del lugar.
Que cosas podrá ver este alegre hombre, que se burla de los policías en el aeropuerto, diciéndoles que lleva coca en la maleta, y sacando ese famoso juego de puntería a base de madera con una coca amarrada a un palo.

Cómo puede ser una persona tan divertida, cuando ha sufrido todas las violencias de la ciudad. E incluso ser uno de aquellos padres que hace 30 años, cuando no era común y natural, debía aceptar que una de sus hijas era lesbiana.
Pero eso lo caracteriza. Por eso no es extraño que estando sentado en “El Bohemio” justo al lado del Desayunadero de la 49, y comiendo solo. Salude alegremente por la ventana a un viejo conocido de boina, corbata café, saco a cuadros y tirantes, que finalmente se come 12 de las 24 salchichas.

No hay comentarios.: